'El García Márquez que NO conocí…'


Categoría: Nota Destacada Publicado el Lunes, 28 Abril 2014 10:35


Crónica del veterano y excelente periodista soledeño, quien tuvo el privilegio de dialogar por escasos minutos, con quien, 21 meses después sería proclamado Nobel de Literatura.

Por José Orellano Niebles
Cuando muchos se arrogan —“… se abrogan…”, le escuché TV-decir el otro día al Vicepresidente Garzón plenamente convencido él de que acertaba al referirse al hecho de que algunos se atribuían un derecho; lapsus en el cual, olímpicamente, incurre con frecuencia un buen número de “radio-y-TV-declarantes” que uno supone “buenhablantes”—; cuando muchos se arrogan hoy la dicha, decía, de haber sido íntimos del recientemente fallecido escritor Gabriel García Márquez, yo recreo mis recuerdos en mi único y fugaz encuentro con él, aquella mañana de miércoles, 21 de enero, en 1981.
Cuando ya hacía varios años García Márquez había dicho que “Cien años de soledad es un vallenato de 350 páginas” —nunca dijo que de 400— y por alguna circunstancia especial Neyía Vargas y yo habíamos llegado con la aurora al nuevo Aeropuerto Internacional Ernesto Cortissoz de Barranquilla, ubicado en Soledad, alcancé el privilegio de dialogar por escasos minutos, sentado a su izquierda, con quien, 21 meses después, ni un día más ni un día menos, sería proclamado Nobel de literatura-1982. Aquel instante profesional mío, en el interior de un avión de Iberia, había de ser eternizado por el lente de Neyía. En aquellos tiempos, ella y yo producíamos juntos diversos trabajos periodísticos para El Heraldo, entre ellos la columna Torre de control.
Ileana, relacionista de Avianca encargada de la sala VIP aeroportuaria de la época y quien se había vuelto fuente de entera credibilidad para los autores de la columna, tenía —nos diría ella después— una chiva “picándome la lengua” y así, a las afueras de la nueva mole de hormigón del aeropuerto, no sabía qué hacer con semejante bomba informativa en su haber.
¡Cómo deseaba la hora en que ustedes aparecieran! —nos dijo al vernos llegar en la moto Yamaha vinotinto de dos tiempos: Neyía conduciendo, yo en la parrilla—. Síganme, que Gabito está en el avión de Iberia, el cual está haciendo aquí una escala técnica —puntualizó Ileana, mientras nos conducía hasta la aeronave.
De aquel encuentro —¡quién lo creyera!— había de sustraerse, a posteriori, un manantial de anécdotas. Y siendo así las cosas pues, vámonos caminando por los senderos de la historia, puesta al retrovisor y sobre la base de los recuerdos.
Y comencemos: patidifuso, yo temblaba aquella mañana tal y como temblaban las ramas del matarratón barranquillero y sus palomitas rosadas en flor al rugido de los vientos alisios del noreste de aquel comienzo de año y, quizá por eso, cuando me tocó el turno de tomarle las fotos a Neyía al lado de Gabriel García Márquez —amigo real, de carne y hueso, de comelonas y parrandas de El tío Vargas, Manuel, el papá de Neyía—, no supe captarlas a pesar de mi experiencia diaria y de que, aún hoy estoy seguro de ello, obturé la minolta una y otra vez, cuatro veces, cinco tal vez… Desafortunado hecho que quedaría al descubierto cuando Neyía y yo, mutuos resuellos a los cuellos, emocionados por la chiva con la que nos habíamos encontrado por haber sido buenos madrugadores, revelamos el rollo en nuestro laboratorio, Comunicentro, de la avenida Progreso, en el barrio Recreo, cerca de Siete Bocas. Al quedar revelado el chasco, ¡qué oscuro panorama el que había de cernirse sobre aquel cuarto oscuro! Y si para entonces hubiera existido la “selfiemanía”, ¡mejor dicho!… ¡El patinazo o chasco revelado hubiera sido peor!

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