Los caballos cocheros de Cartagena se están muriendo en la calle
Actualmente una fundación trabaja para que, por lo menos, lleven menos carga y reciban buen trato.
Por: JUAN GOSSAÍN
8:20 p.m. | 24 de junio de 2014
El paseo en coche por Cartagena genera un gran desgaste para los caballos que los llevan.
Foto: Yomaira Grandett / EL TIEMPO
El paseo en coche por Cartagena genera un gran desgaste para los caballos que los llevan.
A comienzos de mayo pasado quemaron en Bogotá, como si fuera un promontorio de basura, a un buen hombre llamado ‘Calidoso’ y a su perra compañera, cuando dormían en la calle, bajo las estrellas, al pie de un caño, cerca de la Universidad Javeriana. Ambos murieron.
De manera que ahora, no contentos con matar a la gente y a los animales, ya en Colombia los están matando juntos, mientras los grandes líderes de la nación pierden el tiempo discutiendo con ardor si hacker se escribe con h de honor o con j de jorobar.
Por esos mismos días, en Cartagena, encontré en el periódico un titular que decía: ‘Caballo cochero se desploma mientras pasea a turistas en el Centro’.
Fotos, tomadas con celular, que muestran el desplome de caballo y cochero en uno de sus recorridos turísticos por el centro amurallado. / Archivo particular
En Cali, por su parte, sigue creciendo la protesta por el maltrato a los animales que arrastran carretas de mudanzas y transporte.
Ya uno no sabe si en esta Colombia de nuestra época, agobiada por los criminales y la injusticia, lo que hay que hacer es fundar más sucursales de la Sociedad Protectora de Animales o crear una nueva Sociedad Protectora de Gente. O ambas cosas, juntas y al mismo tiempo.
En el caso de Cartagena, detrás de la fachada romántica se esconde un drama de maltrato desgarrador. Los turistas pasean a la luz de la luna, o a la hora en que va hundiéndose en el mar el sol de los crepúsculos, en un coche tirado por caballo. Los cascos repiquetean con armonía, bajo los balcones, en el empedrado de las calles históricas.
Venidos de las cuatro costuras del mundo, los novios de ahora llegan a las iglesias en coche, para casarse, con los cocheros vestidos de sacoleva. Familias enteras recorren la ciudad. Los niños sonríen. Los padres toman fotos. Todos disfrutan, menos el pobre animal que los arrastra. Nadie se acuerda de él.
‘Parte de la familia’
Los defensores de los animales filman videos, los divulgan en las páginas de internet y se forman unos debates apasionados. Dicen que los caballos no aguantan más porque, para empezar, desde el amanecer los traen trotando de sus barrios, a trabajar en el sector amurallado hasta la medianoche, y, como si fuera poco, después les toca el viaje de regreso. Los cocheros, por su lado, sostienen que los percances ocurridos en las semanas recientes son parte de la rutina.
El caballo que se desplomó el otro día en pleno recorrido provocó una reacción airada. La gente que pasaba por allí increpó duramente al cochero, pero el hombre le echó el muerto al estado de la calle. “Demasiado lisa y empinada”, según sus palabras. Se armó un alboroto en defensa del animal, que trató de levantarse varias veces, pero no tenía fuerzas para hacerlo, y cada vez que lo intentaba volvía a golpearse contra el piso.
La verdad es que, en los últimos dos meses, han multado a los dueños de once coches, pero porque tienen sus carros en mal estado. No ha habido una sola sanción por maltrato al caballo. Los cocheros, que se consideran calumniados, hicieron una manifestación pacífica, a pie. Los acompañaron sus parientes. Asistieron como 200 personas. Llevaban una pancarta que decía: ‘El caballo es parte de nuestra familia’.
Abandono y miseria
Las medidas que toma la Alcaldía de Cartagena no han hecho más que agravar la situación. Por ejemplo: si el caballo hace sus necesidades corporales en plena calle, entonces multan al cochero. Para evitarlo, el cochero no le da al caballo ni comida ni bebida durante el día. Resultado apenas lógico: el animal hambriento anda débil, arrastrando una carroza de hierro ocupada por un montón de personas, y no es extraño que se derrumbe.
Un decreto de hace doce años ordenó crear unas pesebreras para descanso del caballo. Debían estar en un espacio abierto, tener piso de concreto, disponer de drenajes, con comederos y bebederos, y contar con un veterinario. Como cosa rara, nada de eso se ha cumplido. Lo que hay son unos tugurios tapizados de estiércol y barro con unas vigas de madera. Basureros de cartón. Sueltan a los animales para que coman los rastrojos que crecen entre los resquicios del cemento despedazado.
En una sola cosa han logrado ponerse de acuerdo cocheros y defensores de animales: en que ninguna autoridad controla esas atrocidades. Lo que hay en el fondo es un duro problema, no solo de abandono, sino también de pobreza. “Si a duras penas como yo –me dice un cochero–, qué va a comer el caballo”.
Los percherones
Buena parte de esos animales están enfermos. Además, yo me pregunto si esos caballitos criollos tienen fuerza suficiente para arrastrar una carga tan pesada.
“No –me contesta rotundamente el veterinario William Morales–. Están genéticamente formados para cargar un jinete, pero no para jalar un coche con cinco o seis personas”. Sus fuerzas no dan para tanto.
Hace unos años aparecieron en las calles coloniales unos caballos percherones, robustos e imponentes, que fueron importados de Inglaterra. Sus coches eran elegantes y tenían hasta bar. Pero a los pocos días desaparecieron y nunca más se volvió a saber de ellos.
Para empezar, no hay nadie que ponga orden, ni siquiera en el número de coches autorizados legalmente. Las disposiciones legales hablan de un máximo de 60, pero se han contado 86 en las últimas semanas. Cada quien hace lo que le da su gana. Las normas establecen que cada coche debe construirse con madera y zinc, para hacerlo más liviano, pero la verdad es que casi todos son de hierro y madera. Pesan más de lo que debieran. Y el caballo paga el pato.
Aparecen unos ángeles con patas
Lo peor de todo, sin duda, era la indiferencia humana. A fuerza de tanto verlo, los cartageneros parecían haberse acostumbrado al triste espectáculo. Hasta que llegó el día en que se sublevaron las mujeres y armaron un revuelo. Crearon una fundación llamada 'Ángeles con Patas'.
Andan por la calle, cargadas de coraje, recogiendo animales maltratados o abandonados. Salvan perros heridos y gatos enfermos, consiguen veterinarios que los curen y familias que los adopten, organizan bingos y venden boletas para recaudar fondos.
Han rescatado hasta iguanas, una tortuga terrestre conocida como morrocoy de patio, unas garzas blancas y un animal lento, de origen amazónico, que en el Caribe llaman “perico ligero” y que tiene tres dedos en cada pata.
¿Prohibir los coches?
Después de ocho años de estar peleando con los alcaldes de Cartagena, las señoras lograron por fin que se expidiera un decreto hace menos de un mes, el pasado 7 de junio, para controlar los coches con caballos. “Descubrimos que hasta los cocheros son víctimas de esta situación –me dice María Victoria de Zubiría, vocera de la fundación, y a quien todo el mundo le dice Vicky–. Los cocheros son dueños del caballo, pero no del coche. A ellos también los explotan los propietarios”.
El nuevo decreto establece que cada coche debe tener dos caballos para que se turnen en la jornada de trabajo.
Cuando uno abre la página electrónica de 'Ángeles con Patas', lo primero que se encuentra es un plebiscito internacional en el que se pide que se prohíban los coches de caballos en Cartagena. Les llegan cartas de lugares tan distantes y distintos como Bélgica, Alemania, España, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Sudáfrica, Hungría, Yemen, Suecia y Francia.
“El ideal sería darles a los cocheros la oportunidad de tener un trabajo distinto y decoroso –dice Vicky–. Pero nosotras somos realistas y lo que buscamos es que al animal se lo mantenga en condiciones dignas, sano y bien alimentado. Y que se reglamente con rigor el total de carga que puede llevar”.
En Nueva York son célebres, desde hace más de cien años, los caballos cocheros que llevan turistas por el Central Park. Hay un debate ardiente en este momento. En defensa del caballo, se ha propuesto sustituir los coches por automóviles que parezcan antiguos y tengan motor eléctrico, para que no polucionen.
Epílogo
Las mujeres están preparando unas jornadas cívicas para salir a la calle a entregarle a cada ciudadano, incluyendo los agentes de policía, el texto del nuevo decreto. “Normas hay –concluye Vicky, con desconsuelo–. Lo que no hay es quien vele por su cumplimiento”.
Mientras oigo que un coche pasa por allá abajo, en la calle, junto a la bahía, sigo pensando en ‘Calidoso’ y su perra fiel.
No es que nos estén tratando a los seres humanos como si fuéramos animales, porque ya sabemos que en Colombia, por desgracia, eso ocurre desde tiempos inmemoriales. Lo novedoso es que ahora están tratando a los pobres animales como si fueran seres humanos...
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
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