El país enloqueció con la llegada de la Selección Colombia


Recibimiento multitudinario a la Selección Colombia en Bogotá
José Pékerman rompió su habitual compostura –esa que solo pierde con los goles–. Saltaba de un lado a otro, improvisando un bailecito feliz y emotivo. Estaba contagiado de la euforia de sus dirigidos, que bailaban en una tarima frente a la multitud de fervorosos, unos 120.000, que coreaban sus nombres. 
Pékerman les cogía el paso. Levantaba las manos, daba dos salticos a la derecha, luego dos a la izquierda. Su sonrisa era enorme. Nunca, desde que llegó a la Selección Colombia, se le había visto tan feliz. Su alegría, quizá, fue la catarsis a la lluvia de agradecimientos que él y los jugadores recibieron este domingo a su llegada a Bogotá, y durante el recorrido de homenaje, desde el aeropuerto El Dorado hasta el parque Simón Bolívar, donde tuvieron un memorable festejo. (Lea aquí: Multitudinario recibimiento a la Selección Colombia en Bogotá).
Esa tarima fue un escenario de fiesta. Cada uno de los jugadores de la Selección, como si estuvieran inventando gambetas en el Mundial que acababan de jugar, improvisaron bailes, pasos, coros. No les importó soportar más de cinco horas de viaje desde São Paulo hasta Bogotá ni las dos horas de recorrido en una caravana multitudinaria. No faltó la interminable sonrisa de Armero ni la alegría de Zúñiga ni la ovación a James ni los coros a ritmo de “Pékerman es colombiano”. Hasta los más ‘grandes’ del equipo, Yepes y Faryd, se unieron al sabor de esta alegre Selección.
La algarabía tuvo su clímax cuando James, el nuevo gran ídolo nacional, tomó el micrófono y elevó un canto: “Yoooo soy colombiano / es un sentimiento / no lo puedo parar / oleee oleee oleee...”. Su tonada contagió a los fervorosos vestidos de tricolor, que con sus banderas, pitos y todo un carnaval, acompañaron al 10. Fue un canto de orgullo patrio.
Luego vino el himno nacional, ese que hizo erizar la piel en cada partido del Mundial de Brasil. Los propios jugadores pidieron entonarlo y lo hicieron con el mismo sentimiento, con el mismo orgullo, como si este no fuera el final de una fiesta, sino el comienzo de una historia de nuevas hazañas.
La esperada llegada
¡Ya vienen, ya vienen! Anunció una mujer –tez morena, trenzas en su cabello, camiseta de Colombia–, mientras soplaba una corneta y señalaba el bus descapotado que ya se abría camino en medio de un mar de gente. La muchedumbre empezó a pasar la voz y a correr hacia el costado sur de la avenida Eldorado. ¡Sí, ya vienen! se convencían los enardecidos. Saltaban. Se abrazaban. Se comían las uñas. Lloraban. Parecía la antesala de la salida de los jugadores a la cancha para jugar una final. Pero no: era la Selección Colombia que acaba de aterrizar en la capital e iniciaba una caravana que más bien fue una procesión de bienvenida. Una peregrinación de agradecimiento de un país hacía sus ídolos futboleros.
Los aficionados llevaban horas, desde la madrugada de este domingo, congregados, como fieles feligreses, esperando el arribo de sus héroes. Eran miles. Familias enteras. Cada quién buscando la mejor ubicación. Algunos incluso se treparon en los árboles. No faltó la parafernalia, la creatividad: un trío de amigos desfilaban sin camisetas, pero con la piel decorada en amarillo, azul y rojo. Y los mensajes también inundaron las calles. Las mujeres coincidían en uno: “James te amamos”. Hubo otros más profundos: “Campeones, héroes, titanes, todo lo bonito es poco”. Y hasta los indignados se pronunciaron: “no perdimos, nos robaron”.
Iban a ser las 9 a. m. cuando el bus descapotado, que en el frente decía “#graciasmiselección”, salió desde Catam (Comando Aéreo de transporte Militar) con los 23 jugadores y el cuerpo técnico. Llegaron al país sin la corona, pero con el orgullo nacional a flor de piel. Habían salido a la madrugada de São Paulo en un chárter de Avianca. Fue un viaje muy tranquilo. La turbulencia estuvo en tierra.
Aterrizaron a las 7:53 a. m. Ya habían sobrevolado la ciudad, y de seguro ya se habían dado cuenta que ahora tenía mar, y que era tricolor. La aeronave, ya en el aeropuerto, exhibió una bandera colombiana desde la ventana del copiloto, y fue recibida con chorros de agua, el ritual de bautizo que se le hace a las grandes personalidades. Y es que allí venían los jugadores que hicieron vibrar al país con su actuación en Brasil, donde hicieron historia, donde llegaron a cuartos de final, y de donde regresaron con la sensación de que pudieron lograr más hazañas.
La marcha feliz
Ya en el bus, la Selección avanzó por la calle 26, de manera lenta. Los jugadores no tardaron en contagiarse de ese fulgurante recibimiento. La gente, en la medida que iba divisando a sus ídolos, se abalanzaba, corría, gritaba. Pareció una estampida. Algunos caían al piso y casi que arrastrándose continuaban la marcha, mientras la multitud los esquivaba. Había miles de motos, bicicletas, carros, perros... La caravana era interminable.
Los jugadores, más terrenales que nunca, estaban a la vista de todos, lanzando saludos, abrazos, besos. Se les vio alegres, quizá sorprendidos. Pékerman no dejó de sonreír. Hasta se le vio con unas gafas tricolor. James llevaba unas oscuras; Cuadrado tenía un sombrero vueltiao, Aguilar hondeaba una bandera de Colombia. Por donde miraban había una mancha amarilla que no tenía fin. Seguir el bus ya era imposible, pero ya no importaba estar cerca, sino dejarse llevar por la corriente, Pitar, gritar, avanzar.
El trayecto hasta el Simón Bolívar duró unas dos horas, por la avenida 68 y la calle 63. A las 10:45 a. m., la Selección por fin llegó a su destino. 30 minutos después, tras el descanso en un improvisado camerino, los jugadores subieron a la tarima, en la que Armero prendió la fiesta. Luego de los coros, las palabras de los referentes –como Yepes, James–, la fiesta llegó a su fin. Los jugadores se fueron a la sede deportiva de la Federación de Fútbol, y allí se encontraron con el presidente Juan Manuel Santos. Fue el final de la fiesta. (Lea también: James Rodríguez recordó a Falcao en el recibimiento de la Selección).
Sin embargo, esta se reactivó en las otras ciudades. En la tarde, los 23 guerreros comenzaron a abandonar la concentración en Bogotá. Muchos viajaron de inmediato a Barranquilla, Medellín, Cali…, el festejo continuó. Cada región también vibró con la llegada de la Selección.
La mancha amarilla se fue degradando en Bogotá, pero promete volver con la misma fuerza, alegría, y la confianza en una Selección que los hizo vibrar. Pueda ser que Pékerman coja el paso y lidere nuevos festejos.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO





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