Respaldo mayoritario al diálogo entre Barack Obama y Raúl Castro


Analistas creen que el mandatario fue audaz y tomó riesgo en la aproximación hacia los cubanos

 
Barack Obama, presidente de EE. UU.
Foto: EFE
Barack Obama, presidente de EE. UU.
Nadie duda de que el presidente Barack Obama fue audaz y tomó un riesgo inmenso cuando decidió esta semana iniciar un proceso para restablecer relaciones diplomáticas con Cuba tras 53 años en el congelador.
Mal o bien, se trata de un explosivo tema que ha permeado la política estadounidense a lo largo de seis décadas y que ningún otro mandatario se había atrevido siquiera a considerar, como lo estuvo Bill Clinton durante los años de su presidencia, que la política de aislamiento hacia la isla era errada y hasta contraproducente. (Ver también: Obama habría ordenado diálogo con Cuba para restablecer relaciones).
Pero lo de Obama no fue un salto al vacío. El movimiento de sus fichas fue porque los astros se alienaron como nunca antes. Quizá el más grande de todos, la estrella que lo guió por este sendero, fue el cambio de la opinión pública frente al tema cubano.
En la década de los 90, de acuerdo con encuestas de esa época, más del 60 por ciento de los estadounidenses era partidario de mantener una línea dura frente a Cuba y preservar el embargo comercial.
Pero desde el inicio de la década pasada esos números cambiaron. Ya en el 2009, justo el año que Obama llegó a la Casa Blanca, un sondeo del Washington Post indicaba que por primera vez en la historia la mayoría de los estadounidenses favorecía el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
En octubre pasado, otra muestra del New York Times ponía la cifra en un 56 por ciento de la población.
Más importante aún, los mismos cubano-americanos, la poderosa comunidad que se ha opuesto a dar un respiro al régimen de los Castro, también parecía favorecer un cambio en la política.
En este mismo año también fueron publicados dos informes, uno de la Universidad de la Florida y otro del Atlantic Council, donde esta tendencia quedaba clara.
Según el estudio del Council, un 57 por ciento de los cubanos a nivel nacional se mostraba de acuerdo con normalizar relaciones, mientras que el estudio del centro docente hablaba de un 52 por ciento de los cubanos residentes en la Florida partidarios de un cambio de política. Sin duda, un giro dramático: en 1991, el 87 por ciento de este mismo grupo era partidario del embargo.
De acuerdo con Guillermo Grenier, investigador de esta universidad, el giro ha llegado de la mano de un vuelco demográfico y generacional empujado por nuevas generaciones de cubanos ya más distantes del trauma que generó para sus padres y abuelos el exilio tras la toma del poder de Fidel Castro.
Ese cambio también provocó un nuevo escenario político que Obama experimentó en carne propia.  (Ver también: Barack Obama y Raúl Castro ponen fin a 50 años de tensiones).
Hace unos años era considerado un ‘suicidio’ político desafiar al lobby del anticastrismo en la Florida.
Este estado se había convertido en clave para llegar a la Casa Blanca y el peso del voto cubano-americano, esencial para conquistarlo. Eso quedó demostrado en las elecciones del 2000, cuando George Bush derrotó al vicepresidente Al Gore.
Pero con Obama la historia fue diferente. Tanto en la elección del 2008 como en la reelección del 2012, logró ganar con comodidad en la Florida e incluso obtuvo una mayoría del voto pese a que suavizó el embargo comercial en 2009 y 2011, a través de acciones ejecutivas.
“La opinión pública se ha vuelto más moderada en su visión hacia Cuba, y Obama lo que hizo fue usar su capital político para anticiparse a un tema en el que ya cuenta con el respaldo de la mayoría”, explica Ted Piccon, del programa para A. L. del Brookings Institution.

Además de eso, añade Jason Marczak, del programa para América Latina en el Atlantic Council, Obama tenía mucho por ganar en la arena internacional donde lo ven como hipócrita, al aplicar tal rigor a la pequeña isla mientras ofrecía tapete rojo a países como China y Oriente Próximo.
“Cuba no es visto como un problema. De hecho, está sirviendo de sede para los diálogos de paz entre Colombia y las Farc ,y avanza en las negociaciones con la UE para llegar un acuerdo comercial”, afirma Marczak.
Un cuarto elemento, central a la apuesta de Obama, fue su propia situación política. Tras la derrota demócrata en las elecciones legislativas de noviembre pasado y ya entrado en el ocaso de su presidencia (le restan dos años), Obama podía darse el lujo de apostar fuerte sin tener que pagar un alto costo político.
Con la opinión pública a su favor, ya libre de las amarras electorales, y un fuerte respaldo de la comunidad internacional, el Presidente tenía la mesa servida para redondear su legado.

El único obstáculo era Alan Gross, el funcionario del departamento de Estado preso en La Habana desde el 2009.
Y su liberación el miércoles fue la última pieza que le faltaba al rompecabezas.
SERGIO GÓMEZ MASERI
CORRESPONSAL DE EL TIEMPO
WASHINGTON

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