Cuando el racismo y el patriarcado ancestral, sumergen en el olvido la música y la poesía



Carmen Ligia Wadnipar Martínez era distinta, igual que la mirada con recelo, que nacía del patriarcado ancestral que se notaba a leguas y de mujeres blancas que hacían evidente su racismo. Todo eso lo vivió con dolor, cuyo único escape era la cultura, de poca aceptación en ese tiempo, en un pueblo grande, lleno de muchos recelos sociales. 



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Por Félix Carrillo Hinojosa


Su tierra natal, llamada 'El Camino de Los Avanzados', tiene muchas historias que hablan de encomiendas con el pueblo Chimila, de extensiones de tierra con ganado salvaje, hombres luchando por su libertad, en donde ese rebaño, bajo la dirección de la aldea de Becerril, denominado Hato de San Bartolomé, buscó su independencia, para terminar siendo un enclave africano, cuyas expresiones sociales estaban llenas de flautas de millo, cajas y tambores, danzas interminables con un palmoteo incesante y un lenguaje muy influenciado por sus antecesores esclavizados. 


Allí pudo ver la luz, a finales de la primera década del siglo pasado, una niña de madre nativa de esa tierra y un padre venido de Cartagena, cuyos progenitores eran jamaiquinos.


Desde temprana edad se enamoró de la naturaleza, cuya búsqueda estaba al frente de la ciénaga de San Marco, en donde la brisa de la mañana, la invitaba a contemplar el lenguaje que nacía del río Ariguaní. En el mundo de las aves y el tejido multicolor que daban los árboles, la hicieron meterse de lleno en lo que fue siempre su mundo: la poesía y la música.

 
El haber hecho solo hasta la primaria en el colegio del profesor Hernández, no frenó su pasión por la lectura. Así transcurrió su vida juvenil hasta llegar a tener la edad de mujer mayor, para decidir por sí sola. Enamorada, se casó con el comerciante de Monterrubio, Manuel Antonio Yepes. 


En la mitad del siglo pasado se fueron a vivir a Valledupar, en busca de lograr una mejor situación económica. Los hospedajes 'El Atlántico' y 'El Santander', son sus primeros proyectos de vida, sin dejar de lado la construcción poética, el saber que pasaba con el mundo de la cultura y la música que le resonaba, como constante pedido de sus ancestros. 


Volvió sus lugares de trabajo un epicentro cultural, en donde los versos de los poetas del momento, eran recitados hasta el cansancio, con la compañía de guitarras y violinas, que le servían de cómplice a sus versos musicalizados. 


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Carmen Ligia Wadnipar Martínez

Ella era distinta, igual que la mirada con recelo, que nacía del patriarcado ancestral que se notaba a leguas y de mujeres blancas que hacían evidente su racismo. Todo eso lo vivió con dolor, cuyo único escape era la cultura, de poca aceptación en ese tiempo, en un pueblo grande, lleno de muchos recelos sociales. 


Siempre persiguió el espacio para mostrar su poética y musical obra. Pese a tantos NO rotundos, no dejaba de husmear en los lugares exclusivos de hombres feudales, que nunca la invitaron a entrar, pero ella, con la fuerza de su creación, se hacia invitar.


Cuando Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio llegaron a Valledupar, ella los persiguió para mostrarle sus narrativas poéticas. Ellos, la escucharon atentos, hasta que varios hombres de la cofradía cerrada, se los llevaron y no pudo saber sus comentarios. 


En uno de esos viajes que hizo a Barranquilla, buscó a Alberto Fernández el cantante de Bovea y sus vallenatos y le mostró varios cantos, del que se interesó en 'Maldito Vallenato', hecho a un personaje del que se enamoró, sin ser correspondida.
 

Fernández Mindiola le dijo: "lo grabo siempre y cuando me permitas cambiarle en vez de ser un canto de una mujer al hombre, sea lo contrario". 


Ella aceptó y en 1960, su obra se convirtió en todo un suceso, al ser la primera mujer al que un grupo exitoso le grabara. Pero como no hay dicha completa, fue estigmatizada, al ser mal intencionadamente señalada como lesbiana, por cantarle a una mujer, situación que no era verdad, sino que el cantante transformó su letra original. 


Más adelante, Bovea y sus vallenatos le grabaron 'El Paso' y 'Paso al astío', obras que la posicionaron en un lugar, que la cultura vallenata, se ha negado a reivindicar como debe ser. 


En 1968 publicó el texto de poesía 'Flor, Voz del Campo', que contenían 20 poemas, al tiempo que hacía esfuerzos ingentes para la construcción sólida de su obra musical y poética, que trataba de consolidar en los matinales poéticos, en la concha acústica del barrio 'Doce de Octubre' y los medios radiales Guatapuri y Valledupar.


Al morir su compañero, pese a su enjundia de mujer trabajadora y de cultura, todo se vino a menos.


Cuando la conocí en la Casa de la Cultura, me gustó su disposición al uso exquisito de la palabra. Le pregunté por ella y entre tanta inquietud, quise saber si tenía hijos, a lo que me respondió: "Mi poesía y mi música son mis hijos, para que más".


Por la década del noventa del siglo pasado, se encontró con José Atuesta Mindiola, otro luchador de la poesía, donde a manera de premonitoria despedida le dijo: "Estoy tejiendo los atardeceres de mi soledad, elaborando medicamentos botánicos y acompañada de mi mejor amiga, la poesía, ese fuego que no se apaga, aunque nos estemos muriendo". 


Hoy su cuerpo reposa lejos de su tierra natal y olvidada por los que hablan de nuestra música.


Fercahino (Carmen Ligia Wadnipar Martínez nació en El Paso, hoy Cesar, el 10 de noviembre de 1918 y falleció en Cartagena, Bolívar, el 25 de febrero de 2004. Padres María Cipriana Martínez y Luis Wadnipar).

#RelatosFercahino

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