¡Cuando en mi pueblo se vivía sabroso!
'La diferencia entre Vivir Bien y Vivir Sabroso, es trascendental'
Luis Eduardo Acosta Medina
y mis ojos reflejan su bello amanecer/”
Ineludible iniciar nuestra crónica, sin recordar la canción 'Recuerdos de mi pueblo', de la autoría de Camilo Namén, que esta en el LP 'Una Voz y Un Acordeón', de Poncho Zuleta y 'Colacho' Mendoza, que salió el 31 de Marzo de 1975, a la cual corresponde el aparte que antecede.
En esa obra musical el epónimo hijo de Chimichagüa, deja extendido todo el sentimiento que abruma el corazón, al recordar las vivencias, usos y costumbres que dan sentido a la vida del pueblo donde se nació.
En estos días escuche una discusión entre quienes decían que “Vivir Sabroso” es lo mismo que “Vivir Bien”.
Pienso que para mi, "Vivir Bien", es el primer paso para "Vivir Sabroso". El "Vivir Bien", esta umbilicalmente relacionado con la tenencia. Posesión o la titularidad sobre elementos materiales, mientras que "Vivir Sabroso", tiene un componente esencialmente emotivo y existencial. Es un estado del cuerpo y de la mente, donde lo material es lo menos importante y las pequeñas cosas son trascendentales.
Quienes quieran saber qué es "Vivir Sabroso", que le pregunten a los muchachos de mi generación. Fuimos nacidos y criados en hamaca, porque quien diga que tuvo cuna miente. Tomábamos el agua del molino que había detrás de mi casa y de los manantiales de 'La Guayabita'.
Habían dos que eran los mejores: el de la Tía Edita Medina y el de la Tía Zenobia Pinto. Ningún muchacho se enfermaba, si había algún achaque para eso había Verbena, para tomas. Era una planta silvestre así como el Toronjil, el Orégano Orejón y la Yerbabuena.
En el pueblo donde vi por primera vez la luz, en pocas casas usaban cerraduras, la puerta de la calle se ajustaba con un taburete o con una tablita que clavaban arriba en el marco, la cual daba vueltas para arriba y para abajo.
Luis Eduardo Acosta Medina |
Nadie robaba ni violaban domicilios. Durante el día, las casas las dejaban solas con las puertas abiertas, porque nada malo sucedía. Creo que el único robo que hubo, fue cuando el difunto 'Maracho' y este cuerpecito, nos robamos las almojábanas que tenia Rita Rois, - su abuela -, sobre una mesa en una batea, para la venta.
El cruce de platos al medio día era constante. ¡Se compartía todo! Desde una arepa hasta el dolor. Cualquiera nos regalaba un gajo de guineos filo, mas conocido como “Engorda coño” o un palo de yuca, sin esperar contraprestaciones. Para todos había, y quien llegaba a las casas ajenas a la hora de la comida, no se iba sin lo suyo entre pecho y espalda. Eso es vida, sin protocolos, sin cálculos y con naturalidad. ¡No había nada que temer!
En Monguí no se requería invitación para asistir a las fiestas, todos podíamos asistir. Tampoco se imponían las lluvias de sobres ni lista de regalos. Todo era espontaneo y la alegría de uno, era la de todos.
En los bailes que se organizaban con el propósito de recaudar fondos para alguna actividad común o para rebuscarse la organizadora, ésta anotaba en un cuaderno a los caballeros que se encontraban bailando, y apenas terminaba la pieza musical, le caía para cobrarle.
Las madres, - y no los padres -, eran quienes prestaban a las hijas para ir a los salones de baile. El de Mitilia Rosado y el de Adriana, con 'El Inquieto', el picó de Joaquín Muñiz. Eso sí. El préstamo era con matrícula condicional, como dice el canto.
Las madres no se cansaban de esperar. Ellas pasaban toda la noche observando el comportamiento de los bailantes. Entre las guaduas que servían de cerramiento, siempre se veían vigilantes, los ojos de esas mujeres abnegadas que, velaban con celo y esmero los pasos de sus vástagas.
El otorgamiento del permiso a las muchachas para ir a fiestar, requería algunas verificaciones: ¿Cuál es el motivo? ¿Quién era el, o la organizadora del baile? ¡En qué salón? ¿De dónde son los parejos? De Monguí, Machobayo, Cotoprix, Gala, Barbacoas, y son hijos de quién, hasta qué hora, ¿y quién me responde por ella? Finalmente, la advertencia, ¡Cuidado me le van a faltar!
Son las mencionadas pinceladas de un caudal de razones y recuerdos que nos permiten afirmar sin ninguna reserva, que nosotros en ese pueblo que hasta hacen pocos años no aparecía ni en el mapa de Colombia, nos criamos y vivíamos sabroso.
No había luz, no había internet, ni computadores, ni telefonía, solo veíamos cine cuando los Gitanos llegaban con su trimitilera, carpas, cabuyas, bocinas y vasijas, para presentar películas mejicanas de plomo, mientras todos gritábamos “Dale dale dale”. Aquello era maravilloso, algo de otro mundo, no lo habíamos visto ni en TV, porque nadie tenía.
Durante las mañanas se escuchaba por todas partes el canto de los pájaros y el lejano bramar de las vacas, desde los corrales del Tío Tomas y el de Babo mi abuelo sabio y trabajador, que quedaba donde se encuentra en la actualidad el parque frente al cementerio, terrenos que él donó para el servicio del pueblo.
Se confundía el penetrante olor a boñiga con el tenue olor a tierra mojada y a manantial, que llegaba hasta nosotros. Comíamos arepuelas donde Berta Pinto, con café o con 'guarapillo', que era una preparación del café, al cual le agregaban agua y dulce, para aguantar hasta la hora que estuviera el desayuno.
Nuestra escuela tenía limitaciones locativas, dotación insuficiente, pero maestros consagrados que nos formaron en valores y tenían autorización para castigar con los reglazos en las manos a los desaplicados, menos a mi, porque mi vieja me mandaba siempre con un salvoconducto para mi profesora que decía: “No le vallan a pegar al Nene, porque el es nervioso”.
Así ella quedaba con la tranquilidad de que al 'Rey de la casa', no lo maltratarían y que seguramente impedía mi deserción escolar. Era entonces la falda de mi vieja el lugar mas seguro para mi.
Está claro que no vivíamos bien. Desde muchachos tuvimos la dicha de vivir sabroso, a nuestra manera. No habían servicios públicos, pero en ninguna casa faltaba el molino Corona, para moler el maíz de los bollos y las arepas; la piedra de pangar la carne, con cebollín y vinagre criollo; las gallinas que cacaraqueaban el cumplimiento de su deber a las diez de la mañana, cuando ponían el huevo, el Almanaque de Bristol, guindado y una piedra para amolar el machete.
Cambiaria muchas cosas materiales para volver a raspar con mis primos y mis primas el caldero donde mi tía Margot hacia los dulces, y donde hacia las bolas de panela que, después cortaba con una tijera.
¡Todo se acabo, pero gracias a Dios, todos aprendimos temprano a Vivir Sabroso!
Título Original: 'La diferencia entre Vivir Bien y Vivir Sabroso, es trascendental'
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