Septiembre de 1977: entre la alegría por primer balón y la tristeza por la partida de mi abuelo
Septiembre, entre la alegría por mi balón y la tristeza por el abuelo
Por Luis Eduardo Acosta Medina
“Por dentro siento/
y mis ojos reflejan/
su bello amanecer/
Mis abuelos quedaron allá/
y mis amigos/
que no se me han muerto/”
Está en mi mente el aparte transcrito de la canción titulada 'Recuerdos de mi pueblo', que Poncho y 'Colacho' incluyeron en el LP 'Una Voz y un Acordeón', que salió el 31 de marzo de 1975, la cual cuando la escucho estremece mi corazón.
No podría ser de otra manera, porque son muchos los sentimientos encontrados que aceleran el latir de mi corazón, al recordar aquel mes de septiembre, cuando yo era feliz en mi pueblo y pasaron cosas, que me marcaron por siempre.
Recuerdo aquella vez que Evaristo, mi padre trajo para 'El Nene' de la casa, un hermoso balón de futbol de su viaje a Bogotá, el cual guindé cuidadosamente de la cabecera de mi hamaca en su bolsa, para que no se ensuciara.
Antes de guardarlo le escribí en la parte blanca con un marcador-tiza color azul “Este balón me lo trajo papá hoy 22 de agosto de 1972”. En mi inocencia supina pensaba que si lo sacaba para jugar, se rayaría y papa iba a pensar que no lo había cuidado suficientemente, quería que supiera que yo quería mucho mi balón.
Pero, una vaina piensa el burro y otro el que lo está enjalmando. Resulta que salí a la calle, cuando regrese el balón no estaba allí y la bolsa no me pudo contar qué había pasado.
Desesperado anduve por toda la casa buscándolo y no lo encontraba. De inmediato note que Ángel, mi hermano no estaba y eso despertó mis sospechas, que algo tenía que ver con el secuestro de mi preciosa bola.
Sin pensarlo dos veces me fui al campo de fútbol y casi me mata un infarto de ver como Ángel y sus compañeros del equipo 'Atlético Monguí', le daban patadas inmisericorde a mi balón recién traído.
Comencé a llorar y a correr detrás de ellos y del balón para su decomiso y ellos a punta del jueguito de la gallina ciega, me cansaron y después me dieron agua.
Así acepte resignado que había perdido. Regresé a la casa con las manos vacías y le conté a papá la situación tan grave presentada.
Él me tranquilizó, sabio como siempre. Me dijo que cuando Ángel regresara, lo regañaría ´muy fuerte' y que cuando volviera a Bogotá, me traería uno nuevo y para mi solito,.
No hay duda. Me sequé las lágrimas y sentí una felicidad indescriptible, sobre todo por ese regaño tan fuerte que por la falta cometida, recibiría mi hermano.
Mi viejo cumplió su promesa. En la noche me dijo: “Le hable duro a Ángel. Él no te vuelve a hacer eso”. Un mes después, cuando viajó a un Congreso en Bogotá, lo primero que compró fue mi balón.
Ese nunca se lo deje tocar a mi hermano y creo que todavía existe. Es el recuerdo gracioso que guardo en mi alma, de aquel septiembre cuando apenas comenzaba mis primeros añitos de circulación por este mundo a donde hay tanta gente mala, haciendo tantas cosas malas ante el silencio de la gente buena.
Ya entonces mi padre me había enseñado a colgar mi hamaca, a amarrar mis cordones, a pegar botones, hacer el nudo en la punta del hilo, para coser con la yema de solo dos dedos de una sola mano y 'coger' una bastilla. Nada de eso se me olvido, por el contrario, ahora lo hago mucho mas rápido que antes.
Pero así como recordamos acontecimientos anecdóticos, divertidos y que hoy alegran la mente, de la misma manera hizo el mes de septiembre que acaba de terminar, un repasito emotivo y vivencial, sobre los estragos que hizo a la alegría de mi casa, la partida temprana, inmerecida e irreparable de Eduardo Medina Rodríguez, el padre de mi vieja y patriarca del pueblo.
Sucedió el 30 de septiembre de 1977, aquello fue demoledor. Mi vieja lo amaba con todas sus fuerzas y nosotros sus nietos también.
Fue un hombre generoso y respetado. Era el amigable componedor, guía y faro moral de su gente. Asumía la crianza de todos los muchachos que quedaban huérfanos en la familia y apoyaba a los hijos ajeno.
Cultivaba plátanos, yuca y guineos para regalar a quien necesitaba y se los complementaba con la leche. Eso permitió a muchos viudos y viudas, levantar a sus muchachos.
Fue él, quien donó el terreno para la construcción del cementerio 'Corazón fino'. Lo hacía porque le guastaba, porque nunca esperaba contraprestaciones.
Era 'Babo' el abuelo, dueño de un manantial de asertos campechanos, del cual se nutrió mi mente y que nunca olvido.
Para cada situación que se presentaba tenía un dicho, un apunte, un refrán con una claridad mental envidiable y prodigiosa.
¡Claro! Reconocía con toda humildad que el hombre que mejor hablaba en los pueblos de toda la región era su compadre, Heriberto Ibarra Peralta.
Ellos se respetaban mutuamente en el uso de la palabra. No deja de pasar por mi cabeza, su voz cuando decía:
“Así no quieran, me meto en los problemas, porque lo bueno es para el dueño y los malo se reparte”. También le escuchaba decir que “La guerra le guasta al que no tiene nada que perder” y decía que “La gente más peligrosa es la que no tiene oficio conocido” y muchas veces le escuche comentar que “A quien no tiene oficio el diablo se lo pone”.
Sus últimos días fueron duros e inmerecidos, no me imagino todo lo que pensaba y sufría después que un inmisericorde accidente cerebro vascular le quito el don de la palabra, lo silencio para siempre.
Varios meses antes de partir, su angustia era evidente y con razón. No podía hablar el viejito que, todas las noches en el salón de mi casa, nos contaba cuentos de sus vivencias y sus cumbiambas con Francisco 'El Hombre', de quien nos contaba que acompañó a su familia con mucha gente de todos los pueblos, durante la agonía del inmortal juglar.
Fue él quien nos narró los últimos minutos de vida de 'El Hombre', como ellos le decían. Dijo que angustioso suplicaba que lo acostaran en el suelo. La familia no quería, pero alguien que allí estaba y le conocía sus secretos, pidió que le complacieran ese deseo que él sabia por qué lo hacía.
Así lo hicieron y cuando lo colocaron en el suelo, era un piso sin cemento. Debajo de él, salió una gran serpiente a toda velocidad y se metió en la palma del rancho y nadie la pudo encontrar. En ese momento, Francisco dejo de respirar y descansó.
Cada vez que llego a algún lugar y siento el olor de tabaco y cervezas, ineludiblemente recuerdo al abuelo con sus piernas cruzadas en mi casa, rodeado de sus contertulios fumándose su tabaco calilla que mi abuela hacía para él y tomándose la 'Cerveza Águila Sin Igual y Siempre igual', de pescuezo largo, que mi vieja le brindaba cada noche. El poquito que quedaba, nos lo tomábamos a escondidas.
Mientras los viejos hablaban o escuchaban las noticias desde el radio Sanyo de mi padre, de forro de cuero, yo escuchaba historias maravillosas. De ellos bebí conocimiento. De sus labios escuche todos los refranes que repito a cada rato y también era el motivo por el cual, era uno de los muchachos mejor enterado de Monguí.
Me gustaba escuchar las conversaciones de los viejos. Era entretenido, formador, y hasta de quiénes eran los que robaban ganado en la región me enteraba.
Con su muerte terrenal, mi madre se enluto para siempre. Solo permitió volver a encender el radio con música en la casa, casi cinco años después. ¡Aquello fue atroz para ella!
El abuelo universal se fue cuando yo apenas había cumplido mis primeros 14 años y todavía lo extraño. Dios lo premie con la luz perpetua, ahora que goza de la vida eterna, la verdadera vida.
Título Original: 'Septiembre, entre la alegría por mi balón y la tristeza por el abuelo'

No hay comentarios: