República mafiosa ¿La Guajira o Colombia?
Una opinión más.
Por Fredy González Zubiría
Colombia cumple en el 2013, cuarenta años de exportación de narcóticos. Los cuales han producido miles y miles de millones de pesos. Y se supone que aquellos dólares que no han sido incautados, o inversiones que no han sido expropiadas hoy hacen parte de la legalidad del país.
La economía colombiana lleva cuarenta años nutriéndose del narcotráfico –aunque lo nieguen los economistas–. Ese dinero, además de ser la causa de miles de muertos y corrupción, también ha producido cantidades de negocios y empresas, y ganancias a grandes y pequeños comerciantes, importadores, banqueros, constructores, inmobiliarias, haciendas, y ha permitido a todos los partidos políticos, financiar en alguna ocasión parte de sus campañas.
El propietario, intermediario o beneficiario de esos dineros, si ha mantenido un bajo perfil, con el tiempo ha recibido una especie de indulto social que le permitió trabajar dentro de la economía formal sin problemas. A nadie le interesa investigar el origen de los dineros con que se creó la boutique favorita, un restaurante de moda, la hacienda ganadera proveedora de nuestros filetes.
¿Sabe la Universidad de Los Andes o la Javeriana, cuantas de las jugosas matrículas académicas que entran a sus cuentas bancarias son de dinero ilícito? Se dice que el alto poder legal e ilegal, comparten aulas, boutiques, manteles, y quirófanos.
Mafia es una organización que emplea métodos ilícitos para el logro de sus objetivos. Los actos mafiosos son de diferente índole. Existen mafias de drogas, prostitución, contrabando, adjudicación de tierras, repuestos, impuestos, votos, medicamentos, juzgados, licitaciones, y cerca de 50 tipos de camarillas, utilizadas para delinquir desde la clandestinidad, desde la empresa privada y desde las instituciones públicas.
Sin embargo hay que guardar las apariencias. La hipocresía es el legado intangible hispánico. Queremos ser nuevos sin abandonar lo viejo, queremos ser criollos y europeos a la vez, deseamos ser republicanos y colonizados simultáneamente, ser decentes y ocultar nuestra indecencia.
Mafia no es una clase social, mafia hoy puede ser Pablo Escobar, mañana el sobrino de un banquero. La mafia a veces se viste de sangre, y otras de gala. Mafia no es un sustantivo propio, es sinónimo de atajo. Atajo por el imperio de la codicia. Codicia de ricos y codicia de pobres que desean ser ricos. Las mafias, al igual que Dios, están en todas partes, y sin saber, les damos los buenos días por las mañanas al encontrarnos en los ascensores.
La diferencia de La Guajira con Colombia es que aquí no nos echamos mentiras, la ilegalidad es la principal generadora de empleo en la clase popular, es una dura realidad. Aquí la juventud más pobre, en el pasado murieron cuidando caletas, o asesinados en alta mar en épocas de la marihuana, hoy se incineran en vehículos contrabandeando gasolina o se matan como moto-taxistas. El hambre y la tuberculosis en muchas comunidades Wayuu es un problema endémico.
En esta tierra los alimentos baratos de contrabando han mitigado el hambre a muchos pobres y el combustible económico venezolano mantiene el improvisado transporte público a precios accesibles. La respuesta del Estado a todo esto es la policía. Por eso, se ve más autoridad en carreteras cuidando los intereses fiscales del país, que en las ciudades y pueblos guajiros velando por la seguridad de los ciudadanos. Es desolador.
Hoy la Guajira sin regalías es más pobre. Los funcionarios de la Oficina Anticorrupción de la Presidencia de la República de los últimos gobiernos, encargados del seguimiento especial a esos recursos guardaron silencio durante su gestión, lo que justificó el injusto accionar del gobierno.
En La Guajira no tenemos más miedo que cualquier ciudadano de otro rincón del país, Colombia es un país peligroso, pero acá aún podemos caminar por las calles con relativa tranquilad. Han aumentado los atracos, eso nos preocupa. Como en el resto del país, organizaciones criminales dedicadas a la extorsión tienen filiales en la zona, es un problema que a Colombia le ha quedado grande.
Cuando la prensa incluye frases que generalizan una situación personal a todo un departamento, termina causando más estragos a la sociedad que se pretende alertar, que los hechos que se denuncian. El impacto que va tener esta oleada de artículos, columnas opinión y comentarios sobre la frágil economía de La Guajira es impredecible. Queremos que la ley prevalezca pero no a cualquier costo. A su vez, esperamos que el Estado hable de inversiones, de educación, de generación de empleo y de oportunidades, y que actúe sin mezquindad.
Por Fredy González Zubiría
Colombia cumple en el 2013, cuarenta años de exportación de narcóticos. Los cuales han producido miles y miles de millones de pesos. Y se supone que aquellos dólares que no han sido incautados, o inversiones que no han sido expropiadas hoy hacen parte de la legalidad del país.
La economía colombiana lleva cuarenta años nutriéndose del narcotráfico –aunque lo nieguen los economistas–. Ese dinero, además de ser la causa de miles de muertos y corrupción, también ha producido cantidades de negocios y empresas, y ganancias a grandes y pequeños comerciantes, importadores, banqueros, constructores, inmobiliarias, haciendas, y ha permitido a todos los partidos políticos, financiar en alguna ocasión parte de sus campañas.
El propietario, intermediario o beneficiario de esos dineros, si ha mantenido un bajo perfil, con el tiempo ha recibido una especie de indulto social que le permitió trabajar dentro de la economía formal sin problemas. A nadie le interesa investigar el origen de los dineros con que se creó la boutique favorita, un restaurante de moda, la hacienda ganadera proveedora de nuestros filetes.
¿Sabe la Universidad de Los Andes o la Javeriana, cuantas de las jugosas matrículas académicas que entran a sus cuentas bancarias son de dinero ilícito? Se dice que el alto poder legal e ilegal, comparten aulas, boutiques, manteles, y quirófanos.
Mafia es una organización que emplea métodos ilícitos para el logro de sus objetivos. Los actos mafiosos son de diferente índole. Existen mafias de drogas, prostitución, contrabando, adjudicación de tierras, repuestos, impuestos, votos, medicamentos, juzgados, licitaciones, y cerca de 50 tipos de camarillas, utilizadas para delinquir desde la clandestinidad, desde la empresa privada y desde las instituciones públicas.
Sin embargo hay que guardar las apariencias. La hipocresía es el legado intangible hispánico. Queremos ser nuevos sin abandonar lo viejo, queremos ser criollos y europeos a la vez, deseamos ser republicanos y colonizados simultáneamente, ser decentes y ocultar nuestra indecencia.
Mafia no es una clase social, mafia hoy puede ser Pablo Escobar, mañana el sobrino de un banquero. La mafia a veces se viste de sangre, y otras de gala. Mafia no es un sustantivo propio, es sinónimo de atajo. Atajo por el imperio de la codicia. Codicia de ricos y codicia de pobres que desean ser ricos. Las mafias, al igual que Dios, están en todas partes, y sin saber, les damos los buenos días por las mañanas al encontrarnos en los ascensores.
La diferencia de La Guajira con Colombia es que aquí no nos echamos mentiras, la ilegalidad es la principal generadora de empleo en la clase popular, es una dura realidad. Aquí la juventud más pobre, en el pasado murieron cuidando caletas, o asesinados en alta mar en épocas de la marihuana, hoy se incineran en vehículos contrabandeando gasolina o se matan como moto-taxistas. El hambre y la tuberculosis en muchas comunidades Wayuu es un problema endémico.
En esta tierra los alimentos baratos de contrabando han mitigado el hambre a muchos pobres y el combustible económico venezolano mantiene el improvisado transporte público a precios accesibles. La respuesta del Estado a todo esto es la policía. Por eso, se ve más autoridad en carreteras cuidando los intereses fiscales del país, que en las ciudades y pueblos guajiros velando por la seguridad de los ciudadanos. Es desolador.
Hoy la Guajira sin regalías es más pobre. Los funcionarios de la Oficina Anticorrupción de la Presidencia de la República de los últimos gobiernos, encargados del seguimiento especial a esos recursos guardaron silencio durante su gestión, lo que justificó el injusto accionar del gobierno.
En La Guajira no tenemos más miedo que cualquier ciudadano de otro rincón del país, Colombia es un país peligroso, pero acá aún podemos caminar por las calles con relativa tranquilad. Han aumentado los atracos, eso nos preocupa. Como en el resto del país, organizaciones criminales dedicadas a la extorsión tienen filiales en la zona, es un problema que a Colombia le ha quedado grande.
Cuando la prensa incluye frases que generalizan una situación personal a todo un departamento, termina causando más estragos a la sociedad que se pretende alertar, que los hechos que se denuncian. El impacto que va tener esta oleada de artículos, columnas opinión y comentarios sobre la frágil economía de La Guajira es impredecible. Queremos que la ley prevalezca pero no a cualquier costo. A su vez, esperamos que el Estado hable de inversiones, de educación, de generación de empleo y de oportunidades, y que actúe sin mezquindad.
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