Cuando Maluma era Juan Luis Londoño


Cambió el fútbol por el reguetón y ascendió veloz en la música, por encima de críticas y diatribas.

 
Juan Luis Londoño no buscaba una carrera en la música. Ni siquiera la esperaba. Sin embargo, sorprendió a un grupo de productores que terminaron por ofrecerle grabar un disco.
Foto: Archivo particular
Juan Luis Londoño no buscaba una carrera en la música. Ni siquiera la esperaba. Sin embargo, sorprendió a un grupo de productores que terminaron por ofrecerle grabar un disco.
A los cuatro años, Juan Luis Londoño empuñaba botellas como si fueran micrófonos, se ponía trapos en la cabeza y tarareaba canciones de Héctor Lavoe. A los cinco, le dedicó a su madre un bolero: “Señora bonita, hay algo en su boca, tiene algo su cuerpo, que al verla que cruza, amor me provoca”, recuerda conmovida Marlli Arias, la elogiada. (Vea en imágenes: Estos son los nombres reales de algunos famosos)
En décimo grado obtuvo el primer puesto en el concurso de canto del colegio con la canción “Tengo ganas”, de Andrés Cepeda, y consiguió el papel principal para la acostumbrada obra de teatro de diciembre. A los 15 años compuso el reguetón “No quiero” con su compañero de clase Juan José Arias; y para su cumpleaños número 16, Juan Parra, su tío, le obsequió la oportunidad de grabar el tema en un estudio profesional.
Juan Luis Londoño no buscaba una carrera en la música. Ni siquiera la esperaba. Sin embargo, sorprendió a un grupo de productores que terminaron por ofrecerle grabar un disco, no sin antes advertirle que necesitaba un nombre más sonoro, fácil de recordar y bien recibido en el círculo del género urbano.
Entonces, Juan Luis Londoño eligió llamarse Maluma (Ma, por Marlli, su madre; lu, por Luis, su padre, y la última sigla, por Manuela, su hermana mayor), y decidió bien: solo en la red social Twitter, con apenas 20 años, más de un millón de usuarios lo siguen, le escriben, le envían besos o diatribas y convierten su seudónimo en tendencia nacional.
Un niño distinto
Maluma no nació con vena de artista. Su talento para la música tampoco era extraordinario. De hecho, en casa de los Londoño Arias pensaban que “el niño” sería futbolista, y que las canciones que de vez en cuando entonaba en reuniones familiares y en el colegio venían por añadidura en un joven espontáneo e inquieto.
Antes de ser Maluma, la única certeza de Juan Luis respecto a su destino era que quería “hacer historia”, “ser grande”, evoca él mismo mientras intenta explicar cómo un joven de Medellín, con vocación de deportista o de negociante, pudo alcanzar la gloria musical siendo un adolescente.
Desde pequeño, Maluma actuaba diferente a sus compañeros de colegio. Sin cumplir 10 años ya se había puesto un arete. Foto: Archivo particular.
Lo primero, dice, es que siempre se sintió y se comportó diferente al resto. Fue el primero en ponerse un arete en el colegio; era “un necio responsable”, que en sus palabras quiere decir “lanzar uno que otro comentario a los profesores y armar el desorden de la clase, pero jamás escaparse ni perder materias”; vendía sándwiches en los descansos; escribía letras de rap en el salón; tomaba clases de baile; era pésimo en matemáticas y química, pero excelente orador en español e historia; le importaba un comino que se burlaran de su nariz aguileña, y que lo llamaran “el todero”: al tiempo que era representante de grupo, cantaba en el coro y en las misas, era el mejor amigo de muchos, el galán de casi todas, ganaba los torneos de fútbol, voleibol, ping-pong y ajedrez y presentaba magistralmente los actos cívicos.
Cristian Vallejo fue su “parcero” desde jardín infantil hasta el grado once en el colegio Hontanares de la capital antioqueña. Le ayudaba a Juan Luis con los números y casi siempre los separaban porque, juntos, “fomentaban la indisciplina”.
El recreo era para jugar fútbol y el tiempo libre para visitar a las novias y montar moto en el conjunto residencial de Cristian. De hecho, fue justo en la fiebre por la velocidad cuando conocieron a un vecino llamado Andrés Felipe Giraldo Bueno, más adelante Pipe Bueno, a quien Maluma volvería a encontrarse en la música y en una que otra tertulia con rancheras.
En general, Juan Luis fue un niño feliz, pero Cristian no olvida los sacrificios de su amigo. Casi siempre tenía que rechazar las invitaciones a fiestas de 15 años, y las tardes, fines de semana y vacaciones las tenía ocupadas en entrenamientos y partidos de fútbol.
“Doño”, como le decían en el colegio por su apellido Londoño, entrenó en la escuela del Bolillo Gómez y estuvo en las ligas inferiores del Atlético Nacional y del Club Deportivo La Equidad.
Entre el balón y el micrófono
Su hermana de 25 años recuerda que el menor de la casa no podía ver un balón, porque jugaba donde fuera y como fuera: contra el techo, contra la pared, solo o en compañía.
Según cuenta, el fútbol siempre ha sido vital para su familia; el fútbol y el Nacional.
Cuando había un partido de su equipo en Medellín, padre, madre y sus dos hijos asistían al Atanasio Girardot y pocas veces se perdían el mango biche de afuera del estadio.
La afición era tal que a los 15 años, Juan Luis fue novio de María Camila, hija de Víctor Hugo Aristizábal, goleador del club antioqueño. “Yo llegaba a visitarla todo emocionado con el uniforme de "Aristi", pero él a duras penas me miraba y me saludaba”, recuerda resignado.
Aun más que hincha, el joven prometía ser una estrella del balompié. Tenía horarios especiales en el colegio, de tal forma que pudiera salir con tiempo de comenzar (todos los días de la semana, sin excepción), su entrenamiento a las 3 de la tarde. A los 16 años era volante de creación en las inferiores de La Equidad, y el próximo paso era debutar como suplente.
“El fútbol lo era todo y me forjó la disciplina, pero no esperaba que se atravesara la música”, cuenta Maluma. Y es que después de la propuesta del disco y de encontrarse entre el balón y el micrófono,“con el dolor en el alma” renunció a años de práctica deportiva y tomó el camino difícil, el que nunca había explorado y del que no había certezas.
A los 16 años, Maluma cambió los entrenamientos de fútbol por la carrera musical.  Foto: Archivo particular.
Su papá fue el primero en revirar: “casi se desmaya, que como así que iba a cantar reguetón, que había entrenado mucho, que yo iba a ser una estrella, pero de fútbol”.
Sin embargo, de nada sirvieron las negativas. A Maluma le ganó la pasión, “sentir en el estudio de grabación y en el escenario una cosa mucho más profunda que en la cancha”, y sin comprender los entresijos del negocio de la música, su tío Juan Parra, que administraba una cadena de restaurantes en Medellín, dejó a un lado su ocupación y se concentró en impulsar al sobrino.
Maluma, por su parte, tuvo que tomar clases de técnica vocal y aprender el oficio como un novato a quien trataban de estrella a los 16.
De repente, en 2010, sin graduarse de bachillerato, las emisoras de Medellín, Bogotá y Cali ya hablaban de un “boom malumaniático”. En las discotecas se bailaba “Farandulera” y “Temperatura”, y de conciertos en colegios y en centros comerciales, el paisa se hizo conocer, hasta que el año pasado estuvo nominado al Grammy Latino como Mejor nuevo artista.
Pero en el camino a las cumbres del éxito siempre habrá piedras y maleza. Si bien Maluma tiene una energía que parece inagotable, el ascenso vertiginoso lo descompensa. Según dice, lo frustra dormir poco y no tener tiempo para detenerse. Se agota aún más cuando los planes no concluyen como espera, porque es perfeccionista en exceso, y a veces lo desgastan las habladurías.
De él se ha dicho que es rompecorazones, que le falta talento y que con su música degrada valores, y al respecto Maluma prefiere hacerse el de oídos sordos, se convence de lo que tiene, se aferra a su familia y a los sueños, y sigue el rumbo.
“No me duele la fama”, concluye, aunque reconoce que a veces quisiera visitar lugares públicos sin paradas obligadas para fotos y, sobre todo, cuando está lejos, abrazar a su mamá, a su hermana y a Kilate, su perro con 16 mil seguidores en Twitter.
Lo que pierde un artista
Maluma extraña los fríjoles de su abuela, levantarse a cualquier hora un sábado, ir a piscina y salir con amigos.
“A veces me pregunto, ¿de qué me estoy perdiendo?”, dice. La respuesta que él mismo da es que su vida va como en reversa: cuando a los 20 los días de muchos transcurren tranquilos y sin compromisos, él está preparando un futuro igualmente plácido.
Lo que sí le preocupa es desconectarse de su familia.
Aunque hablan a diario, hace un mes y medio Maluma no ve a Marlli, su madre. Desde hace dos años y medio los viajes no han parado para el artista, y cuando pasaban 15 días sin que “el niño” amaneciera en la casa, ella entendió que lo de artista era en enserio.
En diciembre de 2013, su hijo decidió instalarse en una nueva casa, por fuera del hogar materno. Marlli relata que fue como una punzada, que lloraba como Magdalena y le suplicaba a Maluma que no se fuera, hasta que entendió que el muchacho se había ganado la independencia antes de lo previsto, que le había demostrado responsabilidad y que debía sentirse orgullosa.
Maluma con Marlli Arias, su madre.  Foto: Archivo particular.
De todas formas, lo extraña como nadie, y cuando su hijo visita Medellín ninguno quiere apartarse del otro. “Parecen novios desde que lo recogemos en el aeropuerto hasta que se va”, resalta Manuela, la única autorizada para aconsejar a Maluma en sus errores y aciertos personales, según dice ella.
De todas formas, la vida no es la misma para los Londoño Arias. Por ejemplo, cuando Maluma era Juan Luis, le daba pánico cantar incluso en grupos pequeños. Ahora, cada vez que el artista se encuentra en un escenario ante miles de personas, la emoción le cura el miedo y solo siente mariposas en el estómago. Por suerte las siente, porque cuando desaparezca ese aleteo por dentro, advierte, ese día se retira.
MARIANA ESCOBAR ROLDÁN
ELTIEMPO.COM



No hay comentarios:

Con la tecnología de Blogger.