El derecho a no creer en ningún político

Llevamos décadas haciendo lo mismo, es decir, quejándonos de lo mismo. De pequeños nos enseñaron las gracias de la democracia y de adultos, entonces, empezamos a votar y a elegir entre decenas de candidatos que prometen paraísos y en cambio dejan infiernos.

Nos han dicho que sufragar es un deber ciudadano. Y sí. Que participar de los comicios nos permite alzar la voz. Y sí. Pero la dinámica es igual y al final el ciclo se repite: aparecen candidatos cada tantos años, luego se suman creyentes y después vienen los desaires.

Por: Javier Borda
Sorprende así la fe que pregonan algunos en los políticos, cualquiera sea su nombre. Ciegos de sus creencias, muchos son capaces de pelear hasta con sus familiares por defender a los desconocidos del poder. Qué pena.

Desde esta orilla, todos se ven en la misma camada. Petro es un ególatra populista; Vargas Lleras tiene un entorno atemorizante; Duque simplemente no es alguien confiable; Fajardo parece tener más ideas que acciones para dirigir una Nación y De la Calle es uno más de tantos que han aprovechado sus servicios públicos para intentar encumbrarse en el poder.

Esa es la verdad. No hay ningún mesías; deje de ser tan crédulo, por favor. Si buscamos resultados diferentes, tendríamos que hacer cosas diferentes, ¿no? ¿Cómo es posible tener a un aspirante a la Presidencia de la República que miente en su hoja de vida? ¿Cómo es posible creer en alguien que miente descaradamente en los debates? ¿Cómo es posible confiar en un tipo que pide a los demás dar a conocer la declaración de renta y no es capaz de publicar la suya? ¿Cómo es posible olvidarse de los 40.000 millones de pesos que se gastaron en la consulta del Partido Liberal en un país donde se mueren niños de hambre? ¿Por qué somos tan ingenuos y pensamos que alguien va a cambiar todo un país en cuatro años cuando para arreglar una calle se demoran dos?

Votar vale para no sentirse responsable de la catástrofe. O, sin querer, hacer parte de ella. Hay que salir a votar, así sea por el menos malo, como tristemente toca en este país. Debemos sufragar aunque sea por el intento de un mínimo cambio, por una pequeña esperanza, que es lo que nos queda. Este el peor de los males de unas democracias en decadencia, llenas de mentiras, odios y abstencionismo. Quizás como colombianos habremos de responder dentro de poco a una gran encrucijada, si es que nos toca elegir en segunda vuelta entre un sida y un cáncer, como diría Vargas Llosa en Perú sobre Ollanta Humala y Keyko Fujimori




No hay comentarios:

Con la tecnología de Blogger.