El periodismo y las nuevas tecnologías informativas

Una columna para periodistas



POR ALBERTO MARTÍNEZ MONTERROSA


Me permito discernir. La cacareada crisis del periodismo, no es del periodismo.

Es cierto que estamos acosados por un fenómeno tecnológico que no da tregua.

No es menos verdad que en medio de la confusión que vive toda la sociedad, el periodismo se ha visto a gatas para sobreponerse a las amenazas sobre el rigor que, hay que admitirlo del mismo modo, por momentos parece una batalla perdida.

Pero estamos ante un fenómeno multicausal. El análisis no puede ser tan básico como el que se desprendió de la reciente salida de un grupo numeroso de trabajadores de un periódico nacional.

Estamos –todos– frente a unas nuevas lógicas que involucran a los reporteros y, cómo no, a las organizaciones mediáticas, las fuentes de información y las propias audiencias.

Las empresas periodísticas, para empezar, tienen que reinventarse. Aunque suene a lugar común, cada vez resulta más claro que el modelo de negocio tradicional no está funcionando. Y no lo hace, primero porque los medios perdieron el monopolio excluyente de la información y se enfrentan hoy a una competencia rapaz con oponentes de variados talantes; y segundo, porque la incorporación de la información a los engranajes industriales de los conglomerados económicos es un fracaso probado en esta y otras latitudes.

Y ahí viene el otro problema: como saben que por la vía que antes estaba fuera de sus resortes, pueden, ahora, mentir, manosear, manipular, tergiversar o calumniar, las fuentes de información disponen de tenebrosas redes de noticias falsas que direccionan desde sus estrategias de comunicación.

Los públicos, por su parte, actúan como voyeristas del espectáculo de la desinformación y se complacen ya no en la precisión que les permitiría tomar mejores decisiones, como debe ser, sino con el espectáculo de la desazón, así este solo sirva para entretenerles.

Entonces echamos de menos a otro actor, al Estado, que desde su competencia gubernamental, legislativa o judicial tiene que entrar a recoger el desorden y regular las caóticas interacciones. Por fortuna, la Corte Constitucional, la única instancia que se ha dado por enterada, sentenciará en breve la discusión sobre libertad de prensa y el derecho a la intimidad y al buen nombre. Y la sociedad empezará a tener, por fin, las luces que faltan.

Mientras, no hay que desesperarse. El panorama necesariamente cambiará. Ya antes nos había amenazado. Estamos en una transición que tarde o temprano se decantará, obviamente con la decisión que todos los actores debemos tomar frente al barullo de estos días.

Mientras tanto, sigamos con la farola en alto, bregando por conquistar la información que necesitan los ciudadanos para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos, y no dejemos que nos vuelvan a afectar los cantos apesadumbrados de las estrellas que se apagan.


@AlbertoMtinezM




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