Cuando Los Recuerdos De la Niñez, Dan Ganas de Llorar

 

 ‘Mi Escuela…Coplas, Tizas y Sacapuntas’



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Por Luis Eduardo Acosta Medina


Soy un universitario/ 

que estudio con sacrificios/ 

siempre vivo esperanzado 

en ser un buen profesional/ 

y como soy muy parrandero/ 

muchos se imaginarán/ 

que soy un irresponsable/ 

al frente de mis compromisos/ 

y como soy un hombre sin prejuicios/ 

nunca he tenido en cuenta el que dirán/


Hemos transcrito preliminarmente una parte de la canción titulada 'El Estudiante Pobre', de la autoría de Poncho Zuleta, que grabaron él y su hermano en el año 1972.


El tema está en el LP titulado 'La Cita', vino a mi mente esa canción, a propósito de la llegada de noviembre, con su olor a vacaciones.


Evidentemente, hoy cuando abrí mis ojos al despertar y asomarme a la ventana, vino hacia mi un halo de brisa de inconmensurables connotaciones. Era la brisita novembrina que aparece y desaparece durante las primeras horas del día, a veces con briznas impregnadas de gotitas de agua bendita, que cae desde el lugar donde se encuentran nuestros seres queridos que ya han partido, es para recordarnos la cercanía de las vacaciones de los muchachos y la proximidad de la fiesta más linda y sentida del mundo: ¡La Natividad! 


Esta hermosa temporada esta vez nos recibirá extrañando muchos abrazos, echando de menos a nuestros familiares que partieron sin fecha de regreso, porque no eran los de ellos, los mismos planes de Dios.


Dan vueltas en mi mente los más sublimes recuerdos de mi escuela en la cual, durante estos días, en medio de exámenes finales -que se preparaban con las uñas, bajo la sombra tutelar de esmerados maestros y maestras- que, sin mas ayudas que las cartulinas, el corazón, la tiza y el tablero, daban todo de si, para formarnos académicamente para que pudiéramos librar dignamente la batalla por la vida...


Ellos eran unos héroes, que desempeñaban su oficio por vocación y no por obligación, que disfrutaban a plenitud la honrosa responsabilidad de educar a los vástagos ajenos.


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Igual, recuerdo como si hubiera sido en días pasados, aquella vez, cuando cursaba quinto elemental en la Escuela Rural Mixta de Monguí, y para la celebración del Acto Cívico del Dia de la Raza el 12 de octubre, seleccionaron varios estudiantes para declamar poesías  durante la izada la bandera, y se me encomendó  que en lugar de poesía diera a conocer  unas coplas que había preparado y se lo había comentado a María Ojeda, mi profesora de grupo, quien me autorizo para presentarme con eso diferente a los demás, aquel  dia, refiriéndome al docente Gunter Laureano Perea,un chocoano que fungía como rector, lo siguiente:


“Al Profesor Perea se lo digo muy en serio, que por estar bebiendo y en peleas, lo veré en el cementerio”.


Como se sabe, en los pueblos, todo mundo le conoce la vida a los demás, la gente se quejaba porque los fines de semana ese profesor viajaba a Riohacha y regresaba borracho, o enguayabado, y había escuchado que tenia el 'ojo colombiano', por una pelea que había tenido.


Sucedió que mis palabras fueron premonitorias. Un mes después, el rector estaba en el cementerio, y precisamente mientras andaba de parranda en Riohacha, sufrió un accidente y murió.


Aquello me marco para siempre. Nunca he podido olvidar aquellas coplas que titule, 'Coplas Escolares', que también incluía mi queja por el viajeteo de los docentes, cuando dije que “Los maestros de Monguí, solo se preocupan por comer, dormir y viajar, esperando el fin de mes para ir a Riohacha a cobrar”.


Claro que los que no tenían velas en el entierro, me aplaudieron, pero la vaina no cayo bien ni al profesor bebedor, ni a los otros tampoco, porque viajaban más que la perrita de 'Coopetrán. ¡Ellos los deben recordar!


Ya no se siente en las escuelas y colegios el olor embriagador a cal, de la tiza, ni a la madera del lápiz cuando le sacábamos punta con unos aparaticos de pasta de colores fuertes que, cuando se soplaban con la boca para sacar la basura, subitamente perdían el filo y no volvían a servir, los exóticos pegantes acabaron nuestra costumbre de pegar todo en los cuadernos con jovita verde, porque la amarilla no pegaba, pero era sabrosa.


Los muchachos ahora todo lo tienen en internet, cuando a nuestra generación le toco el turno, todo había que hacerlo, inventarlo, trabajarlo, lucharlo lo que nos permitió desarrollar habilidades para muchas cosas que hoy nos sirven en la vida cotidiana, los periódicos que mi padre llevaba eran la fuente de las consultas, los Almanaques de Bristol que mi vieja repartía también, no habían enciclopedias, ni computadores y menos servicio de energía, eso si, no nos faltaba nada, nadie añora lo que nunca ha tenido.


En mi escuela, no habían compañeros de estudios, todos éramos hermanos y todo se compartía. Nuestros maestros y maestras exaltaban con la banderita al pecho, el rendimiento escolar, el comportamiento y conducta.


Durante las clausuras entregaban menciones honorificas, por cierto una persona bastante conocida, que hoy en dia es profesional de la administración de empresas, clavó en la puerta de su casa, la mención honorifica que le fue entregada. No estoy autorizado a revelar su nombre.


Fue aquel noviembre, diferente a los anteriores. La muerte de ese profesor enlutó el colegio y la fresa del postre, es que el día que los estudiantes de Cuarto Grado hicieron una comida de despedida a los de Quinto y apenas nos estaban sirviendo el chivo guisado y el sancocho, cuando sucedió una tragedia que cambiaría para siempre muchas cosas entre nuestros pueblos hermanos del sur de Riohacha. 


Sobrevino una guerra dolorosa y fatal, con pérdidas de gente valiosa de la región, imposible olvidar cuando todos los padres y madres de familia llegaron aquella noche a buscar presurosos a sus hijos y sus hijas, para llevarlos a la casa mientras se escuchaban disparos de armas de fuego.


Mi tía Nelis Medina me fue a buscar y nunca he podido saber cómo hizo para sacarme entre dos guaduas de la cerca del colegio, que entonces no tenia cerramiento de concreto, y lo cercábamos nosotros mismos.


Ella entre ese guadual, me jaló hasta cuando estuve afuera, y corrimos a la casa, sin saber lo que estaba pasando. La ceremonia de grados fue al día siguiente, tensa y bastante triste. La tradicional fiesta grande por el mas importante acontecimiento social de mi pueblo, aquella vez, fue súbitamente marchitada.


Alli permanece mi escuela como centinela vigilante de la vida y obra de todos aquellos que bajo su techo y en sus montes cercanos en los recreos, vivimos los años dorados de nuestra inocencia supina.


En ese tiempo la gente era buena. Ningún nacido en Monguí le deseaba, ni hablaba mal de sus coterráneos. Bebíamos leche de la misma vaca y se cultivaba en la mente de todos, el orgullo de haber nacido en ese lugar que entonces, ni siquiera aparecía en el mapa de Colombia.


La verdad es que recordar esos tiempos, ver y escuchar las cosas que suceden hoy en día dan ganas de llorar.


¡Dios se apiade de mi gente!



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