¡Cuando la Curiosidad se transforma en Terror!

 ¡Tremenda Pesadilla!

Serie ‘Diez Notas Sobrenaturales’
Nota Número Siete


¡Bienvenidos!


Marcos Antonio Barros Pinedo
Por Marcos Antonio Barros Pinedo

Una tremenda pesadilla que jamás he podido olvidar me correspondió vivir en mis años de adolescencia, en plena Pre- temporada de Carnaval.

Los sábados me divertía en la caseta El Guararé’, que estaba ubicada en la Carrera 11 entre Calles 10 y 10 A.

Precisamente estaba en pleno furor la música de Alfredo Gutiérrez Vital, que para ese momento era un ídolo en el Distrito de Riohacha con sus canciones Festival en Guararé, Ojos Indios, Ojos Gachos, Ay Elena, No te Cortes el Cabello y Capullitos de Rosas, entre otros.

El primero de febrero, vísperas de las Fiestas Patronales de la Virgen De Los Remedios, me divertía en la caseta El Guararé, en compañía de mis grandes amigos Donaldo Bruges De luque, Helion Pinedo Fuentes, Héctor y Álvaro Pinedo Márquez, Homero Pimienta López, Ramón Emilio Gómez Deluque, Jesús Londoño Morales y Eloy Pinedo Bacca, hasta las 3:00 de la madrugada. Bebíamos Aguardiente Antioqueño.

Un poco en temple, tomé la determinación de irme a casa, no sin antes despedirme de mis amistades.

Recuerdo que puse la brújula hacia la Calle 9, pero al llegar a la Carrera 9, esquina, dónde vivía el difunto Proto Jacinto Pimienta, a casi 100 metros, divisé la figura de una persona alta, delgada, que estaba parada en la esquina de la Carrera 8, marcada con el número 9 - 08.

De inmediato se me vino a la mente la imagen del señor Gregorio Mejía Arévalo, que había fallecido el 16 de agosto de 1963, y en vida era conocido como Goyo, considerado como uno de los mejores músicos que ha dado el Distrito de Riohacha y el departamento de La Guajira, en toda su historia.

Me detuve un instante. Luego reinicie el caminar. A medida que avanzaba veía más claro y con mucha naturalidad, la figura del difunto Goyo Mejia. Estaba vestido de una manera impecable: pantalón, saco, corbata y sombrero negro, inclusive, noté que en su mano izquierda tenía el pañuelo blanco, que siempre usó para proteger una mancha que tenía en su piel.
En la mano derecha sostenía la trompeta que tocaba magistralmente como director de Banda de Música que fue, agrupación ésta de grata recordación para los riohacheros de antaño, especialmente para las Pre y Temporadas de Carnaval.

En medio de mi temple me sorprendió que al maestro Goyo lo ví muy quieto. Miraba hacia el Barrio Abajo y hacia el Barrio Arriba. Luego intentó tocar la trompeta, más sin embargo no lo hizo, sino que tomó rumbo por la Carrera 8. Como cosa de muchacho, -y en el estado ebrio en que me encontraba-, lo seguí a cierta distancia.

Observé que se detuvo en la Calle Ancha, frente a la Casa Azul. Allí, sí tocó la trompeta por espacio de unos tres minutos, pero la armonía que le imprimió era totalmente fúnebre... ¡como salida de ultratumba!

Cuando dejó de tocar la trompeta, sopló un aire frío e impresionante que casi me congela. Sorprendentemente apareció una lechuza volando, lanzando un silbido que entre las creencias y las supersticiones de los riohacheros y riohacheras de la época, era sinónimo de muerte.

La lechuza se perdió en el firmamento. El maestro Goyo se colocó la trompeta debajo del brazo derecho y luego se encaminó por la Calle Ancha, hacia el Barrio Abajo. Muy sereno y sin miedo alguno lo seguí, pero lo increíble es que, cuando llegó a la Carrera 11, cruzó a la derecha. Entonces volvió a aparecer la lechuza volando, y lanzando su reconocido silbido, siguió de largo, rumbo al Mar Caribe.

Con suma terquedad insistí en seguir el rastro de la figura elegante y bien vestida del Maestro Goyo Mejia Arévalo, pero desapareció como por encanto, cuando llegó cerca al Cementerio Central, donde está su última morada.

Cuando me di cuenta que lo que estaba viendo era una realidad y no una visión, de la Carrera 11 corrí despavorido rumbo a mi casa, ubicada en la Calle 9 número 6 - 21.

Al tocar la puerta casi a las 4:00 de la madrugada, abrió mi hermana Pastora Barros Pinedo (Q.E.P.D.). Al entrar, me desmayé. Mi madre Rita Pinedo (Q.E.P.D.) y mi hermana Aminta Barros, procedieron a reanimarme utilizando Alcolado Glacial El Pingüino, un producto holandés que para aquella época estaba de moda, en el Distrito de Riohacha.

Al despertar, un frío impresionante se apoderó integralmente de mi cuerpo. Más tarde me sobrevino un fuerte dolor de cabeza y una fiebre que casi me carboniza.

Al final, todo volvió a la normalidad. Después me pude quitar el guayabo con dos Alka-Seltzer y una Bretaña Postobón.

¡Cómo se pasa de rápido el tiempo. Qué importante es recordar Y... Pare de Contar!

Título Original:  ¡Tremenda Pesadilla!

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