Nostalgia por las degustaciones de 'La Ruta Gastronómica', que el virus transformó


'Los paladares agrarios'… las otras víctimas del virus con corona


 Luis Eduardo Acosta Medina

Por Luis Eduardo Acosta Medina

“Como los Zuleta le fallaron y el guiso de morrocoyo quedó hecho, muchos amigos a su casa le llegaron, como queriendo aprovecharse del momento, pero como Clemen ya no estaba contento y ya se le había pasado el entusiasmo, a sus amigos les contestó con mal genio: les juro que, de esa mazorca ni un grano. Este morrocoyo solo fue hecho para que lo comieran Poncho y Emiliano”

He recordado el aparte transcrito preliminarmente de la canción 'Los Morrocoyos' de Luis Enrique Martínez, a propósito del tema que el drama del confinamiento y las añoranzas me han puesto de presente.

Ha venido a mi mente la canción mencionada preliminarmente, al recordar que poco o nada se ha dicho hasta ahora, respecto de una de las víctimas silenciosas de la peste que se ha ensañado con la humanidad: El agrario paladar.

Evidentemente, esta situación de aislamiento, de confinamiento y frías salutaciones, ha propiciado además un perjuicio irremediable a quienes somos titulares del derecho a disfrutar de la buena cocina, criolla y sin nombres rimbombantes. 

Ahora no se come lo que se quiere, sino lo que se puede...No se puede uno repechar en los lugares que puede, sino que le llega la comida en moto, con poco achiote y sin vinagre criollo.

En esta noche de desvelo, cuando esta columna escribo, dejo que mi imaginación haga un repaso mental a mi recorrido desde Valledupar, -ciudad linda de gente buena y sabor a pueblo-, hasta Riohacha.

Valledupar
Acaricio con profunda nostalgia nuestro recorrido gastronómico, que comienza con las finas atenciones de Javier Maestre y los otros muchachos del Hotel 'Sicarare', quienes me reservan la suite con hamaca, el desayuno como Dios manda 'Donde Eloy', allí los chicharrones se parten como galleta, sus arepas de cáscara crocante, de maíz molido en un molino 'Corona', la yuca serrana de suave pabilo y ungüento al mentol, y la carnita molida, tan sabrosa como las de velorio de pueblo.

El itinerario sigue en el Centro Comercial Guatapurí, donde preparan un excelente 'batido', que tiene el sugestivo nombre de 'Tormenta Tropical', y para ajustar el guarapo de caña de Río Seco, previa provisión con las seis panelas atanqueras 'mamonuas', de respaldo. 

Después, la parada obligada en 'Los Haticos', donde las tiernas mazorcas colocan su pecho sobre encendidas brasas de carbones de Brasilito.

Imposible pasar sin entrar a San Juan, tierra de reinas, y también de compositores. Este cuerpecito me exige visitar a 'La Gallo', debajo de sus palos de mango dónde recibo el elixir revitalizante y vital de la penca de carne magra, acicalada por las brasas y acompasada con el picantico criollo, tal como la recomienda mi nutricionista. La tapa de esa cajeta es el monumental patacón pisao en piedra, cuya fórmula dice que se llevará para la tumba.

Descendiendo en el periplo por la flauta, (así parece la carretera con tantos huecos), la siguiente estación, está en Distracción donde encuentro el Dulce de Toronja, que después de los de Monguí, es el que más me gusta. 

En Fonseca recojo el recordatorio. Es un pote lleno de carne molida polvorosa y con aroma de ají, comino entero y cebollín, que la Vieja Silvia, la abuela de mis muchachos me guarda, con destinación específica para el Nene de su madre. Ese pote solo se siente bien, en mi mochila.

En Barrancas no puedo dejar de llegar a donde Shirly, a su farmacia donde me tiene generosamente una Bretaña y todos los periódicos 'El Pilón', de las dos semanas precedentes. 

Allí mismo hago reabastecimiento de los dos frascos: uno con libra y media de comino entero, para ser tostado y molido para uso en mi casa, y libra y media de pimienta de olor, también para molerla y con la misma destinación.

Todavía hay más, porque en Hatonuevo, después de comprar una docena de almojábanas y queques horneados artesanalmente, es obligada nuestra parada en las empanadas de 'La Mojí', me recuerdan los pastelitos de la Tía Pelón y de Rita Rois, cuando yo estaba muchacho en Monguí. Son exquisitas, amañadoras y adictivas, y quizás más delicioso, es el picante que ella prepara.

Es el último estacionamiento, antes de llegar a donde enterraron mi ombligo: Monguí.
Allí está la fresa del postre. Los dulces más famosos del mundo. Los hay de 'locura', de leche, leche y coco, o de lo que sea. En ningún lugar del mundo los hacen igual. Ineludibles, calientes en platico,se degustan debajo de un palo, para hablar de la vida ajena. Esa es la verdadera vida, -o era-, porque nada volverá a ser igual.

Son las anteriores, las potísimas razones, por las cuales por las cuales es nuestro agrario paladar, una de las víctimas de ese virus maldito, que busca gente a quien coronar.

¡Cuánta falta me hacen aquellos lugares!

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