Sobre el Arte De Compartir, Multiplicar, Saber Agradecer y el Poder De La Mente


 Recuerdos de las patillas, de la gente buena y el Old Parr



Por Luis Eduardo Acosta Medina



“Sembraré maíz con yuca y frijolito/ 

Ahuyama y patilla con bastante ñame/ 

y de ñapa tú te vay a acompañame/ 

pa que yo no este en el monte tan solito/”



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El Frijolito' es una obra musical  de Diomedes Diaz que, en 1980 Poncho Cotes Jr. y Carlos Rodríguez incluyeron en el corte tres del Lado B del LP 'El Dúo de Gala' ,una canción de amor con profundo sabor agrario en la cual le promete a la chica llevarla a su roserio, donde serán felices ya que la cuchara estará asegurada, porque sembrara de todo, mientras alimentan su mutuo amor, 


Esta es una de esas canciones que ningún salchipapero se atreve a grabar en la actualidad, porque ya la letra es lo que menos importa.


No pude evitar evocar esa canción, al escribir esta crónica porque se refiere a la fruta que trajo hoy la inspiración para mi: la patilla, que hoy se conoce en los altos estratos con el nombre rimbombante de 'sandia'. 


Me encontraba en Monguí ,repechado tomándome el chorrito de café servido en el platico, donde Marquesita Romero y recibí una llamada de la prima Duvis Acosta para decirme que en la casa había una encomiendita para mí. 


Pensé en un frasco con dulce de leche o algo similar. Momentos después apareció en el lugar 'Migue', mi amigo de infancia, de aquellos con los cuales jugábamos boliche en calzoncillos.


Es un buen campesino a quien el infortunio le impuso el trabajo duro y puro en los montes ajenos con hacha y machete desde pelao.


Sus padres se separaron y sabemos que  los muchachos son  las primeras víctimas de las decisiones desafortunadas de sus ascendientes.


Este fue uno de los motivos para que este pobre muchacho nunca que nunca, asistiera a la escuela. Me estremeció cuando me confeso que no sabía leer ni escribir. ¡Increíble, pero cierto!


Resulta que ese muchacho -para mi lo sigue siendo- permaneció durante más de veinte años en Venezuela y regreso al pueblo con la familia, como buen campesino trabajador, con las manos llenas de callo, limpias, pero vacías.


Me pidió que lo ayudara porque no tenía ni a donde estar ni a donde llegar y evidentemente yo como titular de un apellido de secuestrable y patrimonio de secuestrador, lo único que tengo son dos chicotes de tierra: uno que compre con mi liquidación de once años de trabajo de lunes a domingo en el Seguro Social y el otro con mi  liquidación de la Rama Judicial y la Procuraduría.


Son tan pequeños los predios que, cuando cuelgo una hamaca de un lado tengo que pedir permiso al vecino para colgar el otro lado. Pues bien sentí que era mi deber ayudarlo.


Le entregue en comodato un pedazo de tierra para que en un ranchito pudiera meterse con su familia y en cinco hectáreas pudiera cultivar sin ninguna contraprestación, solo para agradar a Dios.


Mientras tomaba café y comía prójimo, mi amigo me contó entre otras cuitas que cultivó dos hectáreas de patillas en la tierra que le presté, pero que atropelladas por el verano resulto un fracaso...


Que de vaina se salvó una solita y que el la puso en manos de mi prima Duvis para que me la entregara. Sin duda sabia que la custodia de la misma, quedaría en manos insospechables porque con los puercos no se pueden mandar las yucas.


Entendí entonces que esa era la encomienda que ella me había anunciado. Esos son los detalles que llegan al alma. La gratitud no es valor exclusivo ni de ricos ni de pobres, es la virtud más importante de las buenas almas.


¡No encontró ese humilde hombre otra manera de complacerme! Me estremeció, porque ese es un detallazo. Él me regaló esa patilla tan grande, que si la hubiera vendido hubiera asegurado por lo menos el arroz y la presa para el día. 


Recordé a mi padre cuando una vez que no le quería regalar a otro niño un bombón de varios que nos trajo de Bogotá, me dijo: 


“Te voy a echar un cuento. Había una vez un hombre tan loco que todo lo daba y mientras más daba mas tenía” 


Así logro que yo repartiera las chupetas. Eran grandes no las habíamos visto antes ni en televisión, porque no teníamos televisor.


En este caso 'Migue' el jornalero, honrado y trabajador que solo pudo cosechar media patilla por hectárea sembrada, no me regaló la única que nació. Me regaló lo único que tenía, el fruto de su trabajo.


Ese que para mi, es un acontecimiento que alegra mi corazón ha traído a mi mente el recuerdo imperecedero de aquella vez, cuando Eduardo Medina 'Babo', mi abuelo hizo un sembrado de patillas en uno de sus rastrojos, llamado 'El Pozo'.


Cuando ya estaban listas para comer, las recogió y las juntó en pilas inmensas y mando a invitar a toda la gente del pueblo que quisiera, para que fueran por las suyas.


Allá fuimos todos, niños y adultos. Eso fue al lado de la antigua carretera entre Monguí y Machobayo, en esos momentos pasaba por el lugar un bus de la empresa 'Cosita Linda', que se desplazaba de Riohacha hacia Valledupar, y detuvo su marcha.


Los pasajeros y el conductor bajaron y todos se llevaron las suyas. Por eso mi tia Nelis Medina siempre dice que mi abuelo no daba lo que no tenía. Era un hombre generoso y bueno. Nunca le vendió un guineo o una yuca a nadie. Sembraba para repartir. 


También viene a mi memoria que en la casa siempre mi padre partía una patilla en las primas noches, para compartir. Nos desesperábamos y siempre nos decía que esperáramos hasta cuando el radio dijera "El Reportero Caracol… el primero con las ultimas” 

 

Así que todos estábamos junto a el y eran minutos eternos y sin querer queriendo nos obligaba a escuchar las noticias. Apenas se escuchaba ese santo y seña ,salíamos corriendo a buscar el cuchillo. ¡Aquello era maravilloso!


Imposible olvidar lo sucedido el 30 de junio de 1992. Aquel día me encontraba en Monguí y llegaron a visitarme mi cuñado, Aurelio Arregocés; mi amiga Idalmis Cotes y Edilberto Matías Pitre, un colega y buen amigo de Maicao.


Ellos estaban tomando y yo me incorpore a la parranda en mi casa. De pronto se me prendió el bombillo y los convide para irnos a 'La finquita' del Tío Moisés Acosta, muy cerca de Cerrillo a donde había una quebrada y él tenia un cultivo de patillas. 


Evidentemente allá llegamos y fuimos recibidos por el tío y de entrada partió una grandísima y tan roja patilla, como la de 'El Patillero', de Roberto Solano. 


Aurelio nos metió miedo dijo que eso era veneno al juntarse con el Old Parr que estábamos tomando.


Nosotros no le prestamos atención y seguimos comiendo. Él no aguanto la tentación, pero mientras comía iba diciendo:


“Muchachos esto es peligroso. Cuidao con una vaina”, en fin él estaba metiéndonos terror. De ahí salimos con la barriga y la vejiga mas llena, que marido de fondera y sucedió algo increíble.


Ni Idalmis, ni Pitre ni yo sentimos nada, pero adivinen… Aurelio tuvo que ser hospitalizado en la noche. Duró tres días internado en Maicao. Definitivamente como que su organismo escuchó cuando el paciente dijo que el Old Parr y la patilla eran incompatibles. Diría yo, que la mente es poderosa.


¡Recordar es parte del alimento de la vida y siguen siendo nuestros pueblos, fuente inagotable de crónicas interminables!



Título Original: Recuerdos de las patillas, de la gente buena y el Old Parr

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