El nuevo éxodo judío en el oeste de Guatemala


Integrantes de comunidad judía tuvieron que desplazarse tras serios choques con indígenas maya.

 
Un niño de la comunidad judía ortodoxa ora en su nuevo hogar en Ciudad de Guatemala.
Foto: AFP
Un niño de la comunidad judía ortodoxa ora en su nuevo hogar en Ciudad de Guatemala.
Un choque intercultural y religioso sin precedentes en Guatemala dejó a más de 200 judíos ortodoxos desplazados, entre los que se encuentran 113 niños, que fueron expulsados de San Juan La Laguna, una localidad al oeste del país centroamericano donde la comunidad se había trasladado para encontrar, según ellos, “libertad religiosa”.
La conocida calma de la región se vio afectada el año pasado, cuando Misael Santos Villatoro se convirtió a la rama judía ortodoxa y decidió fundar una comunidad de este tipo en San Juan La Laguna, sin saber que esto sería interpretado como una especie de amenaza por la comunidad maya tzutujil.
“Buscamos San Juan La Laguna porque es un pueblo de paz y tranquilidad”, dijo a EL TIEMPO Santos Villatoro, el vocero de la comunidad Lev Tahor en el país centroamericano.
Entre las quejas de los indígenas se dijo que “los judíos ortodoxos no interactúan con ninguna persona ajena a su grupo, al punto de ni siquiera saludar o mirar a la cara a los pobladores”, explicó a este diario Salvador Loarca Marroquín, representante de la Procuraduría de los Derechos Humanos en el país.
Santos Villatoro explicó que la comunidad judía vivía del comercio en el municipio; que incluso los ciudadanos eran clientes frecuentes suyos, y que “las afirmaciones que han hecho en su contra solo buscan justificar sus acciones y limpiar sus conciencias por el daño hecho”.
Incluso, el consejo de ancianos de San Juan aceptó que los habitantes se sintieron intimidados por la comunidad judía y que pensaron que querían cambiar su religión y sus costumbres.
Entre los usuales altercados culturales que vivían continuamente ambas comunidades se destaca que en el marco de la celebración del Año Nuevo judío, en octubre del año pasado, varios judíos practicaron en el lago de Atitlán, el principal del departamento de Sololá, un ritual denominado ‘la inmersión’, que consiste en bañarse desnudos como símbolo de purificación.
La autoridad municipal, no acostumbrada a este tipo de rituales, pidió explicaciones a la comunidad Lev Tahor, lo que desembocó en una denuncia por parte de esta contra el alcalde y otros funcionarios a la Procuraduría de los Derechos Humanos por cuestionar sus creencias.
Ambas comunidades acordaron respetarse mutuamente, aunque la situación continuó tensa.
La gota que rebosó la copa de los indígenas se dio en mayo del 2014, cuando al municipio guatemalteco llegaron ocho grandes familias judías conformadas por 230 personas provenientes de Canadá, EE. UU., Israel, Bulgaria y Rusia, que buscaban integrarse a la naciente comunidad judía guatemalteca.
En ese momento surgieron acusaciones acerca de que algunas de las familias habían huido de Canadá, en medio de acusaciones sobre “negligencia infantil”.
El vocero de la comunidad judía en Guatemala dijo a EL TIEMPO que, “durante dos años, Canadá hizo acusaciones sin fundamentos, que formaban parte de un hostigamiento diario, donde más o menos 30 veces al día realizaban visitas a los ortodoxos en busca de evidencias de maltrato infantil, pero nunca encontraron nada”.
Santos también afirmó que la situación de la salida de la comunidad de Canadá en busca de libre expresión religiosa y tranquilidad no es algo nuevo, ya que “pasa en Bélgica, Francia y Brasil. Las instituciones quieren educar a nuestros niños con educación secular; incluso se les impide usar accesorios religiosos”. Esto va en contra de los principios de crianza y educación de esta rama del judaísmo. Los ortodoxos prefieren que sus hijos sean educados en escuelas religiosas específicas, lo que se hace complicado al vivir fuera de Israel.
Finalmente, tras meses de desacuerdos que se tornaron en amenazas mutuas entre la comunidad indígena y la judía e intentos de reconciliaciones con intermediación de la Policía Nacional Civil de Sololá, los Lev Tahor tuvieron que abandonar sus hogares al no avistar resultados positivos.
“La comunidad judía tuvo un acompañamiento integral por parte de la Procuraduría de los Derechos Humanos durante todo el conflicto, y la Policía Nacional Civil se encargó de darles seguridad a todas las familias”, dijo Loarca Marroquín.
Actualmente, las familias ortodoxas no planean volver a sus países de origen. Llegaron a Ciudad de Guatemala en camiones suministrados por el Estado e intentarán rehacer sus vidas nuevamente en un vetusto edificio ya que, en palabras de su vocero, “la decisión de formar una nueva comunidad judía en Guatemala ya fue tomada, y aquí nos vamos a quedar. Solo es cuestión de ubicarnos nuevamente”.
VANESSA GÓMEZ PEDRAZA
Para EL TIEMPO

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